
Esta tradición, cuyos antecedentes se remontan al siglo XIX, es todo un ejemplo de convivencia y fervor que convierte los locales vecinales y garajes de muchos barrios en talleres artesanales donde todos aportan sus ideas y desarrollan su ingenio empleando semillas, cáscaras de huevo tintadas, arroz, almendras, paja, garbanzos, judías o millo, entre otros.
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