“Cada Navidad, Jesucristo vuelve como la primera vez. Él viene para ti y para mí. ¿Por qué no empezamos de nuevo? Él nos va a llevar de su mano”. Son palabras del entonces cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, en diciembre de 2010 con las que felicitaba las fiestas como arzobispo de Buenos Aires, en su Argentina natal.
Jesús viene. La iniciativa es suya. A pesar de la crisis, las guerras, los asesinatos, el terrorismo, la enfermedad, la tristeza o la amargura, “todo, la noche de Belén, se estrella en la ternura de un niño que concentra en sí, todo el amor, toda la paciencia de Dios, que no se otorga a sí mismo el derecho de decepcionarse”. Y lo nuestro, a semejanza de las madres cuando se aproxima el nacimiento de su hijo, es prepararlo todo y prepararnos del todo, para que el Niño Dios se encuentre cómodo.
Por eso la liturgia nos regala este tiempo de Adviento. Cuatro semanas para encontrar con el salmista, un lugar para el Señor en nuestra vida. Pero no cualquier lugar. El amor no entiende de apaños sino de entrega. Un lugar central, fundamental. Desde el que todo lo que somos, hacemos y vivimos esté “tocado de Dios”. El Rey David hace promesa firme de no descansar hasta que encuentre ese lugar. Nosotros estamos invitados a lo mismo. Con perseverancia, con firmeza, desde el gozo.
Pero encontrar un lugar necesita que nos pongamos a buscar con alegría e ilusión. Adviento es tiempo de ilusionarnos con el Dios que no se cansa de venir a buscarnos, que no se concede el derecho de decepcionarse con nosotros, obra suya, aunque en ocasiones el pecado nos manche las manos y el corazón. Dios viene, la iniciativa es suya, nos toma de la mano, nos dice que se puede comenzar de nuevo. Ahora nos toca a nosotros preparar el lugar para acogerle. Siempre existirá la tentación de decirle que “no hay sitio en la posada” porque está demasiado ocupada o estamos demasiado cansados por exceso de realismo, y ya no tenemos el ánimo para recomenzar. Aún así, ¡encontremos un lugar para el Señor!
Para ello es necesario escuchar, como María, como José, como Isaías o Juan Bautista. Escuchar como los grandes creyentes de la historia. Escuchar la Palabra en este año que en nuestra Diócesis estamos empeñados en ser discípulos y misioneros de la misma. Escuchar la Promesa de Dios durante la primera semana de Adviento, escuchar cómo hacerla realidad y cómo descubrir los signos de su venida durante la segunda y tercera semana y por último, escuchar en la cuarta, cómo prepararlo todo para acoger al que viene. Escuchar para acoger y acoger preparando para Él, un lugar en nuestra vida. Y luego, en Navidad, salir, porque el amor es expansivo. Como los pastores y los magos. Y contar a todos “quien es este niño”. Y descubrir con asombro, que fuimos buscados primero. Que sólo puede preparar sitio, quien se deja conducir, aún sin saberlo. Y que, mientras nosotros nos empeñábamos en recorrer el camino que nos separaba de Él, Él ya había recorrido el camino que llegaba a nosotros.
“No daré sueño a mis ojos, ni descanso a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor”
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