"Queridos amigos: ya quisiéramos ser inmunes a los desafíos que generan en nosotros las fuerzas contradictorias que hacen, en más ocasiones de las que desearíamos, que nos sintamos divididos. Queremos el bien que, a la postre, nos resistimos a realizar, no se sabe bien por qué. Nos desagrada, en teoría y en frío análisis, aquello que terminamos realizando. ¡Es tan humana la tentación! Ese misterio que atrae, provoca, sugiere, inquieta..., nos puede en muchos momentos. Y claudicamos de nuestros principios, de nuestros compromisos. Nos tienta el mal y caemos en él.
Esta semana hemos vivido en el eco de la actitud reaccionaria y contracultural acaecida en el desierto de Judea hace más de veinte siglos. Alguien venció la tentación. Mejor, las tentaciones. Tal vez, porque no caben en una carta, es por lo que he decidido escribir sólo de una y esperar, en este tiempo de ceniza y penitencia, otras misivas para otras tantas tentaciones. Hoy quiero dejar que nos hable la tentación del poder.
Sí, esa que susurra en voz baja, cuando nadie nos mira, esas sutiles indicaciones que nos hacen percibir que nadie hace los cosas como las hacemos nosotros, que no se nos tiene en cuenta como debería, que si no actuamos de éste o de aquél modo, vamos a perder control, capacidad de decisión, capacidad de influencia. Esa tentación sucia y vil que hace que usemos de los demás, que nos ciegue la estúpida certeza de nadie nos puede enseñar nada ya.
Como si de una hierba mala se tratara, como si de una vara seca o torcida de la viña, quiero podar, quiero contar, en mí. Y sólo en mí, porque es lo único que tengo el “poder” de cambiar.
La gracia nos acompaña al pisar la cabeza a la astuta serpiente que nos invita a vivir para el “poder”. Tuya es, Señor, lo gloria y el Poder... Con afecto, y como siempre, un amigo". (Juan Pedro Rivero, en la sección "La carta de la semana", del programa de radio "El Espejo de la Diócesis").
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