¿Recuerdan la última vez que han dedicado unos minutos a bucear en el álbum de fotos familiar? No sé si a ustedes les pasa como a mí, pero lo cierto es que un objeto tan peculiar suele dormir olvidado normalmente en alguna estantería o mueble del salón de nuestra casa y pasa tiempo sin que nadie se interese por ver su contenido.
Ahora que además vivimos ya de pleno en la era digital donde nuestras fotos viajan por las redes sociales sin restricciones, el álbum se ha convertido en un elemento en desuso perteneciente a épocas pasadas.
No sé si por casualidad o motivado inconscientemente por estas fechas de principios de noviembre, he vuelto a repasar por un momento el álbum familiar que se guarda en casa de mis padres y que recoge a modo de síntesis nuestra historia particular.
No he podido evitar emocionarme al recordar los momentos vividos con las personas que ya no están con nosotros. Momentos que han quedado congelados para siempre no solo en una imagen en el papel sino también en la retina y en el corazón. Pesa, y soy consciente de ello, el hueco vacío que ha dejado la madre que nos dejó recientemente y esto hace que se vivan estos días con una sensibilidad especial.
Seguramente es una sensación compartida con muchos de ustedes. Todos y todas tenemos en la memoria a personas queridas que, como dice una expresión de la comunidad cristiana que a mí me gusta particularmente, ya han “partido a la casa del Padre”.
Y desde la fe que alimenta nuestra esperanza, compartido es también el convencimiento de que desde esa cercanía al Padre, nuestros familiares y amigos estarán acompañándonos en la distancia e intercediendo por nosotros en la tarea cotidiana hasta que algún día, cuando Dios quiera, volvamos a encontrarnos con ellos de nuevo. Yo así lo espero y así lo pido.
(Jesús Alberto González Concepción, para El Espejo de Cope)
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