"Queridos amigos. Dan miedo las alturas. Producen esa extraña sensación de respeto y temor que va pareja con el atractivo de una perspectiva inusual, grande, vertical, fuerte... El peligro y la seguridad dándose la mano, sabedores de que la baranda es segura a la vez que la imaginación de no serlo nos acelera el espejismo de lo que supondría que aflojara. Surge el vértigo.
Cuando los pasos no son seguros, cuando las cosas no están controladas, cuando se produce lo inesperado, el temor se viste de vértigo. Cuando nos invitan a dar un paso por primera vez, cuando sospechamos la duda de no ser capaces, surge el vértigo. Cuando hemos de asumir el compromiso de por vida en una opción que dibuja la dedicación permanente o la estabilidad definitiva, surge el vértigo.
La muerte cierta y desconocida nos asusta y produce el vértigo que el Maestro experimentó en el huerto de los Olivos. El vértigo de la entrega, el vértigo ante lo eterno. Pequeños vértigos, temores chicos se van entretejiendo hasta ofrecer en su conjunto un vértigo serio, fuerte, firme.
Pero aún queda el gran vértigo. Aquel que se experimenta ante la sorpresa y el asombro del amor con mayúsculas. La sensación que produce descubrirte amado de una forma radical y tan total que no es imaginada sobra en el amor que se posee. Ese vértigo inmenso y grande lo produce sólo Dios. El gran vértigo del amor de Dios.
En estos días previos a la Semana Santa, cuando todos preparan las manifestaciones hermosas de la piedad cristiana, cuando los templos y las calles lucirán el asombro del arte y la piedad, quiero pedirle a Dios que nos asombre la grandeza de su amor hasta el punto de experimentar, boquiabiertos y asombrados, el Gran Vértigo. Con afecto, y como siempre, un amigo" (Juann Pedro Rivero para el programa de radio "El Espejo de la Diócesis").