“Queridos amigos: un escalador, un montañero, cuando programa “hacer una montaña” debe tener en cuenta el ascenso y el descenso. Debe avituallarse para la subida y para la bajada. No sólo se trata de coronar la cumbre, son de regresar a casa y poder contarlo. Hay que prepararse para subir y no hay que olvidar prepararse para el descenso.
Esta semana lo hemos vivido entre la Ascensión y Pentecostés, de domingo a domingo. De la subida de Cristo a la plena divinidad, a la bajada del Espíritu desde Dios a la humanidad.
Subir y bajar. Subir para bajar, ascender para Él descienda. Glorificar a Dios para salvar al hombre. Esa es la dinámica de la liturgia católica y, a la vez, la dinámica de nuestro corazón humano, deudor de Dios y llamado a la comunión con Él. Subir y bajar, esa es la cuestión.
Mirar a Dios, elevando la mirada, ascendiendo hacia Él con el deseo de comunión, sin olvidar que nuestra mirada está hecha para compartirla con otros ojos tan de aquí abajo, como los nuestros. Impresiona imaginar el palpito de ese potente corazón divino que ha querido dirigirnos la mirada con ojos de hombre; que ha mirado al cielo elevando la cabeza para no desentenderse de nosotros… Impresiona, sin duda.
Nada nos eleva tanto como la experiencia del amor. Nadie salta tan alto como el enamorado. Y sin embargo, nadie tan implicado en las cosas sencillas y pequeñas de la vida corriente como el enamorado. Subir y bajar. Sentir el ardor estimulante del aire de la montaña y el calor hogareño de la lumbre en el hogar.
Ascender y descender como lo hecho y hace el amor incondicional del que nada más sabe amar. Con afecto, y como siempre, un amigo” (Juan Pedro Rivero, para el programa de radio “El Espejo”).
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