"Estrenamos el otoño". Esta frase es, sin duda, poco frecuente entre canarios. La "eterna primavera" de nuestro clima -sincero lema turístico- y la escasa presencia de árboles de hoja caduca, no nos permiten disfrutar esa experiencia. Sin embargo, la catarsis periódica que acontece entre el verano y el invierno, el desprendimiento renovador de lo que sobra, la aparente visita de la muerte a la naturaleza, cuando se experimenta, ofrece un nuevo valor a la llegada de la primavera. Quizás nos cuesta disfrutar lo que tenemos precisamente porque "siempre" lo tenemos.
Pero para "primavera" la que ha visitado el Magreb y el norte de África. Las caducas hojas de regímenes dictatoriales han caído como las hojas de un otoño agitadas por la brisa del descontento juvenil. El mismo Benedicto XVI, en su reciente visita al Líbano, expresó su admiración hacia los protagonistas de la calificada como "primavera árabe". En un discurso dirigido a los jóvenes, el anciano Papa decía de ella: "Son un deseo de más democracia, de más libertad, pero siempre existe el peligro de olvidar un aspecto fundamental de la libertad: la tolerancia hacia el otro".
No hay primavera sin tolerancia. No hay libertad verdadera ni democracia real sin una sociedad plural que sea capaz de respetar al otro, esté acertado o equivocado. Sin la tolerancia por bandera, esa que enarbola la capacidad de mutuo respeto y afecto creciente a la condición de persona previa a cualquier opción, no habrá ni primavera árabe, ni verano azul,...; más bien habrá el peligroso, desgarrador y siniestro otoño social que producen los fanatismos que son siempre sombríos, otoñales, inhumanos.
Y esas actitudes se pueden dar tanto en la "primavera árabe" como en el "otoño de Canarias".
Son intolerables sólo los intolerantes".
(Juan Pedro Rivero, sacerdote y director del Instituto de Teología).
No hay comentarios:
Publicar un comentario