“Queridos amigos: lo normal, lo típico, lo esperado en una carta semanal como ésta, es que al comienzo de este nuevo y gozoso tiempo pascual, a los lectores y oyentes
les desee mi más cordial y sincera felicitación. Pues les voy a privar de ella,
porque siento que les llegará, de alguna manera, si a quien felicito en esta
ocasión es al Emérito Obispo recientemente fallecido y a él le deseo Feliz
Pascua de Resurrección.
Un
cuerpo que fue fuerte, atlético, erguido como un ciprés castellano, se fue
debilitando por la pasión de una enfermedad degenerativa. Asumida sin
disimulos, consciente de lo que venía, nos dijo adiós y se dispuso a esperar,
como se espera al Esposo, con la lámpara encendida. Recuerdo con qué humor e
irónico reproche le decía a D. Damián, cuando le fue aceptada su dimisión: “Acepto
que hables mejor, acepto que te quieran más que a mí; pero no puedo aceptar que
seas más joven que yo”. Ese era D. Felipe: humor sincero y cercano.
Hoy
quiero dirigirme a ti, que escuchas desde la orilla libre, desde el solar de
Dios, desde la casa gloriosa de la
Iglesia que ha triunfado. Y felicitarte. Feliz Pascua,
obispo. Feliz Pascua de Resurrección, apóstol. ¡Felicidades!.
Y
aprovechando tu oído, y seguro tu interés por estas tierras atlánticas en las
que sigue andando la Iglesia ,
una petición humilde, tal vez más necesaria que sentida de verdad: Pide a Jesús
por nosotros y que no nos falten nunca, labradores de estos campos, de estas
islas, de estos mares; pastores para tu Iglesia. Con afecto, y como siempre, un
amigo (Juan Pedro Rivero, para el programa de radio “El Espejo de la Diócesis”)”.
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