Queridos amigos: aquel día me despertó la primera luz de la mañana. No había puesto el despertador porque era un día de fiesta y quería descansar un poco más. La costumbre lo impidió... Qué se le va a hacer. Pero superé la tentación de maldecir la luz despertadora. En la cama pensaba de quién era la culpa, del sol que luchaba por iluminar esta parte de la tierra en el juego cósmico de las rotaciones y traslaciones, o de la ventana de mi habitación que estaba con la cortina abierta. Creo que me centré en la ventana.
Una ventana no es un error de la pared; es una posibilidad de vida buscada y necesaria para por ver la realidad. Sin ventana no habría otro remedio para ver el interior que usar medios artificiales; y no abría forma de contemplar el exterior sino a riesgo de romper la protectora pared. Una ventana es una posibilidad de vida. Nos protege del frío, del viento, pero nos posibilita la luz. ¡Qué buena idea tuvo el que inventó las ventanas!
Con esa tontería en la cabeza me levanté de la cama.
Una persona es un ser para los demás. La felicidad nos lo exige. Pero podemos ser protectores celosos del bien de los demás de tal manera que nos convirtamos en muros firmes y cerrados. El bien de los demás exige el muro, claro, pero también necesita la ventana, que ilumina, que aclara, que ofrece la posibilidad de encontrarnos con la realidad de la mano de la misma naturaleza.
Gracias Señor por esta invitación a ser para los demás ventana de protección y espacio abierto que les invite a contemplar la realidad con una luz que viene de mucho más allá que yo mismo. Como tú, que en medio de nosotros nos abres la ventana de la Trinidad. Con afecto, y como siempre, un amigo” (Juan Pedro Rivero, para el programa de radio “El Espejo de la Diócesis”).
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