Jueves 18 de agosto de 2011. Este verano algo muy grande está pasando. Lo que hoy hemos vivido en la llegada del Papa a Madrid es sencillamente indescriptible. Aun no comprendo como un mismo Jesús nos ha convocado a todos aquí, ¡pero lo ha hecho!. Creo que no soy consciente todavía de la dimensión que el día de hoy ha tenido. Millones de personas pendientes de nosotros y aquí, en un Madrid convertido en un horno, echados en la calle, apretados como sardinas en lata, en medio de la Plaza de Cibeles.
Pero vamos a recapitular: sinceramente el día no ha tenido desperdicio. Con la salida habitual de cada mañana desde el instituto hasta el metro dábamos comienzo a una nueva aventura en el universo JMJ. La verdad es que parece un mundo aparte, un mundo en el que la alegría inunda cada esquina, y esto me da mucho que pensar. Si como cristianos nos alegramos y estamos radiantes por el simple hecho de que Jesús nos ama, ¿por qué en el día a día parece que en el mundo nada de eso existe? Y se me ocurre cuan diversa es la fe, que como estoy comprobando, cuando es vivida en comunión es cuando se vuelve realmente poderosa y se acrecienta.
Y, ¿qué se podría contar de la llegada del Papa? La verdad es que ha sido casi mágico. Los minutos se hacían eternos desde las 2:30 de la tarde que llegamos a Cibeles hasta las 7:15 que por fin el Santo Padre arribó a la plaza. En medio del calor achicharrante, nos animábamos como podíamos y la verdad que lo hacíamos muy bien. Cantos, bailes… todo valía para hacer la espera más llevadera y para recordarnos que el verdadero objetivo de la JMJ es Cristo, es edificar nuestra fe arraigándonos en Él.
Lo explicaré de forma muy clara, y me quedo corto: el asfalto no se veía, una marea humana invadía la plaza y sus calles anexas. Cuando el momento llegó y Benedicto XVI alcanzó la plaza, ésta se vino abajo. Entre nervios, incredulidad y algún que otro susto a causa del fuerte calor, recibimos al Papa lo mejor que supimos. ¡El cansancio y la espera valieron la pena!. Me siento orgulloso y como un niño al decir que he visto al Papa… ¡Su mirada, su leve sonrisa, esos brazos que medio se levantan como queriendo abrazarnos a todos,…!
Ha sido un gran día, mañana nos espera más y esto va a toda máquina. El tiempo pasa volando y cuando nos lo pasamos bien, más. Me pregunto que podrá pasarnos mañana: ¡dejémonos sorprender!
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