viernes, 16 de marzo de 2012

LA TENTACIÓN (III): EL PRESTIGIO

"Queridos amigos: en varios momentos nos espeta, directo al corazón y sin anestesia, la voz del Amigo: "El Padre que ve en lo escondido...". Ese lugar maravilloso –"lo escondido"- en el que todos somos verdaderos: "lo escondido". Donde se apagan los focos del quedar bien y nos encontramos con la hermosura de lo que somos. En ese rincón, baluarte de verdad, ahí ve el Padre.

Y es precisamente en el ámbito de lo escondido, donde nadie premia la apariencia, ni castiga los descuidos, donde sólo la conciencia es juez y reina de nuestra historia; es ahí, donde deberíamos querer ser prestigiados de verdad. El Prestigio ante el Padre.

Cuántos esfuerzos mal encaminados tendentes a que el otro valore lo que nosotros valoramos, a que le guste lo que le hemos preparado, a que felicite lo que hemos hecho... Cuánto esfuerzo inútil buscando prestigio en las páginas de la fama pasajera, que se arruga como el papel y que brilla lo que el estucado brillo de la impresión.

No quiero otro poder. No quiero otro placer. No quiero otro prestigio que el que se conquista desde la gratuidad de la mirada del Padre, "en lo escondido".

Cuentan que en una cena de gala, en un palacio espléndido, la princesa hizo la experiencia de disimular su identidad como sirvienta y así estuvo durante toda la comida. En un momento, le recogió del suelo la servilleta a un poderoso y acomodado invitado, recibiendo como gratitud un insolente gruñido. En el momento del baile, desposeída del atuendo servil, la princesa bailó. Bailó con todos, menos con el poderoso y acomodado señor. ¿Por qué no baila conmigo, princesa? Porque, le respondió ella, al caballero se le conoce cuando pierde su servilleta.

Ahí, "en lo escondido". No nos dejes caer en la tentación. Con afecto, y como siempre, un amigo" (Juan Pedro Rivero, para el programa de radio "El Espejo de la Diócesis").


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