En una basílica abarrotada de fieles, el obispo presidió la Eucaristía del día de la Asunción de la Virgen, el 15 de agosto. En esta jornada, se celebra la fiesta principal en honor de la Virgen de Candelaria.
En este año la representación del Rey recayó en la persona del presidente del Parlamento de Canarias, Antonio Castro. Junto a él estaban presentes en la jornada, el presidente del Gobierno de Canarias, el subdelegado del Gobierno, el presidente del Cabildo insular de Tenerife, diputados, senadores, distintos alcaldes, autoridades militares, miembros del cuerpo consular, etc.
El Obispo comenzó la Eucaristía resaltando que en este día se celebra el “triunfo de María” sobre la muerte y el mal. Posteriormente, en la homilía señaló Bernardo Álvarez, que es Dios quien quiere liberarnos, quien hace maravillas en María, por lo que la propia Virgen, siguiendo el Evangelio, presenta a Dios como salvador, misericordioso, tierno con las persona, auxiliando, derribando a poderosos, enalteciendo a humildes. Ahora bien, señaló el prelado, también “cada uno de nosotros puede ser poderoso, puede necesitar ser derribado de sus tronos”. Esos tronos- señaló- del “propio interés, del cerrarse a las necesidades ajenas, de no tener misericordia”. El camino del amor, la sencillez, el servicio, es el que nos puede salvar, afirmó el celebrante.
Necesitamos - defendió el obispo nivariense - cambiar por dentro cada persona, para poder cambiar la sociedad. A pesar de las apariencias, “la victoria del bien está garantizada – señaló- Cristo la ha conseguido para todos. La última palabra no la tiene el mal, ni el pecado, ni la injusticia, sino Jesucristo, el que siendo víctima de ese mal e injusticia, la venció”.
Comentando el texto del Apocalipsis, proclamado en las lecturas del día y siguiendo al Papa Benedicto XVI, el Obispo indicó que también hoy existen dragones que pueden parecer invencibles, pero la fe pervive, la Iglesia pervive. Para Álvarez, “la fe es un gran tesoro, un regalo maravilloso”.
El Obispo finalizó su homilía invitando a todos los presentes a dedicar tiempo a los demás, a tener disposición de ánimo, como María, para ir al encuentro del otro que nos necesita.
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