“Para ti que naces, Jesús. Esta torpe carta semanal quiere dirigir hoy su intención al motivo de la fiesta, al objeto central de la Navidad: a ti, Amigo y Hermano, a ti, Señor Jesucristo.
Y lo quiere hacer no como una ficción literaria, porque no puede ser así. No se puede hacer un juego de imaginación para hablar contigo, como quien lo hiciera con un personaje de la historia. Me dirijo a ti, tomando conciencia de que oyes lo que escribo porque vives para oírla, porque vives y asumes la historia en la que escribo con tu presencia desbordante.
Reconozco tu presencia siempre, por tanto, hoy también, en toda persona, en todo hogar. En aquellos hogares que te esperan con el belén adornado y que a las 12 destaparan la figura de tu imagen de bebe; la de aquellos otros hogares que te esperan entretenidos entre los ricos manjares alrededor de la mesa; la de aquellos que no te esperan, pero que te celebran con la alegría de los cuentos familiares añorados o temidos, realizados o esperados; la de aquellos que ni te esperan, ni te celebran o porque no tienen hogar o porque tienen el hogar ahogado por el rechazo sutil o explicito a tu presencia. Incluso se que estarás en los hogares y en los corazones de quienes no te esperan porque no te conocen.
En todas esas cunas, en todos esos pesebres, quiero adorarte como pastor y ofrecerte el papel y la pluma con el que derramo estas letras que quieren llamarse carta. Con afecto, para ti, el Amigo y para todos feliz navidad (Juan Pedro Rivero, la carta de la semana).
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