Creo haber tenido una infancia feliz. Guardo recuerdos muy gratos de aquellos años en los que la memoria personal se combina con los recuerdos de los mayores sobre mí. Hay expresiones de mis abuelos que me han dejado mella, señal y una profunda enseñanza. De una de ellas quisiera hacer memoria en este mes de febrero, mes de Manos Unidas, mes de la Campaña contra el Hambre.
Era cerca del mediodía, y mientras mi abuelo andaba entre las plataneras de la costa de Icod, yo jugaba a ayudarle –hoy sé que jugaba, entonces creía que le ayudaba-. Le dije, “abuelo, tengo hambre”. Esa fue la ocasión para la gran enseñanza:
“Pedro, no digas eso. Tienes ganas de comer, pero hambre no; tú no sabes lo que es tener hambre”. Eso me dijo. Y eso quiero recordar en estos días del mes de febrero en el que queremos no olvidar que en este mundo, a pesar de los avances científicos y técnicos, a pesar de cansarnos de hablar de crisis económica y financiera, en este mundo, dos tercios de la población pasa hambre, y una buena parte contabilizada en millones de personas, muere de hambre. No es que tengan ganas de comer; es que mueren de hambre.
La mesa del mundo está llena de alimentos. En ella, -diez estamos a la mesa-; dos personas, comemos muy bien; ocho de ellas pasan hambre. Dos padecemos de sobrepeso y sufrimos el ataque del colesterol; ocho padecen desnutrición y hasta mueren con el estómago vacío.
La solidaridad llama a nuestra puerta; se nos invita al ayuno voluntario y a entregar lo ahorrado a Manos Unidas. Ayuno voluntario, porque millones ayunan obligados y claman, aunque no los oigamos: “tengo hambre”. Con afecto, y como siempre, un amigo" (Juan Pedro Rivero, para el programa "El Espejo de la Diócesis", en la sección "la carta de la semana").
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