13. A) "A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del padre que sale al encuentro de todos.
Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, "que inició y completa nuestra fe" (Hb. 12, 2): en Él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de la Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de la salvación.
Por la fe, María acogió la Palabra de Ángel y creyó en el anuncio de que será la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (Lc. 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (Lc. 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad. Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (Mt. 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con Él hasta el Calvario (Jn. 18, 25-27). Con fe, María saboreó las ftruos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (Hc. 1, 14).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt. 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc. 11, 20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn. 13, 34-35). Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc. 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles" (Benedicto XVI)
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