Después de la fiesta de la Asunción de María, la fiesta de la Inmaculada o de la Purísima es la más conocida y venerada en toda la cristiandad. De ello dan fe la cantidad de parroquias y fiestas solemnes que se viven en la diócesis en este día.
Sus orígenes se remontan en Oriente al siglo VIII, y en Occidente al siglo IX. En Roma no se celebraba la fiesta en tiempo de las grandes disputas sobre el contenido doctrinal de la misma. Fue Sixto IV quien la aprobó en Roma por primera vez en 1476. Alejandro VII declaró en 1661 que el objeto preciso de la fiesta era celebrar la inmunidad de María del pecado original y no la simple santificación de María como sostenían algunos teólogos. Inocencio XII elevó de categoría la fiesta en 1693 y la extendió, con octava, a toda la Iglesia. Clemente XI la hizo de precepto en 1708. Pío IX, que había definido el dogma en 1854, promulgó el nuevo oficio y misa que se usa todavía actualmente. Las nuevas rúbricas le conceden la categoría de «Solemnidad», que constituye el máximo rango litúrgico.
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