El domingo pasado, en la celebración diocesana que clausuraba el Año de la fe, el obispo, Bernardo Álvarez, entregaba a todos los fieles una reflexión titulada "la fe es necesario cultivarla". La reproducimos íntegra en este blog de comunicación para que llegue a cuantos nos leen.
- Con la asidua lectura y meditación de la Palabra de Dios (La Biblia)
- Con la vida litúrgica y la oración comunitaria: misa dominical,
vivencia de los tiempos litúrgicos, exposición del Santísimo, rezo del
Santo Rosario…
- Con la oración personal silenciosa. Incluso la oración hipotética
como hicieron muchos incrédulos que luego fueron grandes creyentes;
“Señor, si existes, que yo te conozca, que yo ten encuentre”. Incluso la
oración protesta: “¿Señor porque me pasa esto?” o ¿Por qué permites tantas
desgracias?
- Con el estudio humilde, teológico o catequético, de los contenidos de
nuestra fe: el credo, los mandamientos, los sacramentos. Para ello
contamos con el Catecismo de la Iglesia Católica que es un verdadero medio
de apoyo a la fe.
- Con la conversión del corazón. El pecado, permanecer en la desobediencia a Dios, es lo que mata la fe. Es necesaria una auténtica y renovada conversión al Señor.
- Viviendo
los contenidos de la fe, los mandamientos
que tenemos que “aprender y guardar”. No basta conocer y valorar la
palabra de Dios, hay que ponerla en práctica, porque la fe sin obras está muerta. En esto sabemos que creemos de
verdad: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y
no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él… Quien dice que cree en él, debe vivir
como vivió él (1Jn. 3-4).
7.
Intensificando el testimonio
de la caridad en el ejercicio de las obras de misericordia. Porque la fe, si no tengo amor, de nada me sirve,
dice San Pablo.
“La fe sin la caridad no da fruto, y la
caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y
el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su
camino. Gracias a la fe podemos
reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada
vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no
se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él
cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su
mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en
el camino de la vida” (Benedicto XVI. Porta
Fidei, 14).
- Compartiendo
nuestras experiencias fe con otros hermanos
(todos somos testigos de la fe unos de los otros).
- Comunicando
la propia experiencia de fe a otras personas, conocidos nuestros, que son
poco o nada creyentes. Para ello debemos apoyarnos
en la amistad que nos une y en el diálogo sincero de quien comparte con
otro algo personal. Sin olvidar que Cristo atrae hacia sí a todos los
hombres y mujeres del mundo
- Actuando
en todo momento y circunstancia con criterios de fe, es decir guiados por
la Palabra de Dios, no por criterios humanos y diciendo siempre: “creo en ti, Señor, pero aumenta mi
fe”.
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