“Queridos amigos: parece que está de moda esconder la arruga que afea el rostro, al parecer, porque delata el paso inexorable de los años por nuestra vida. Ya no tienen ellas el monopolio; ya no oculta la edad sólo la coquetería femenina, sino que todos escondemos la mirada y disimulamos que el almanaque cuenta las fracturas de nuestro tesoro juvenil. Pero aunque nos afanemos en ello, los años pasan y vamos dejando por los caminos, los pretendidos quilates de nuestra juventud. Es inevitable. Así son las cosas. Lo queramos o no, así es.
Pasan los años, pero ¿acaba la juventud? Si alguno tiene curiosidad y acude a la Wikipedia, se encontrará con la sorpresa de esta afirmación: “El término juventud también puede referirse a los primeros tiempos en la existencia de algo, y puede ser sinónimo de energía, vigor y frescura”.
Creo que hay que hacer una sentada multitudinaria en la plaza de nuestra consciencia, indignados por esta locura definitoria: No aceptemos que el paso de los años nos defina como decrépitos. Porque la energía no es la fuerza, que sí se pierde. Porque el vigor de una viga de tea es más fuerte a los años que en su tierno corte inicial; porque la frescura del alma la da el amor con el que amanecemos cada mañana. Que pasen los años, pero que no te roben la juventud. Ese divino tesoro que nos da el eternamente joven.
Si el sábado pasado se celebró en Santa Cruz la Jornada Diocesana de la Juventud, el lunes próximo comenzará la XXVI Semana de Teología que nos invita a todos a reflexionar sobre la relación de Teología y Juventud. ¿Van a ir la próxima semana al Instituto de Teología sólo los jóvenes de edad? Dios quiera que la aprovechen quienes, con la edad que tengan, manifiestan energía, vigor y la frescura del amor. Con afecto, y como siempre, un amigo”. (Juan Pedro Rivero, sacerdote en la sección del Espejo de la Diócesis “la carta de la semana”).
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