Ofrecemos el texto y el sonido de la carta semanal que escribe el sacerdote Juan Pedro Rivero para los oyentes del Espejo de la Diócesis.
"Queridos amigos: en aquel pasillo, tan olvidado como colgado de la pared, estaba un viejo cartel gastado por la luz de la ventana, con una imagen de San Francisco de Asís, paloma en mano, con el lema franciscano que dice así: “Que donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, perdón”. Ponen donde no hay, más que quejarse de que no haya. ¡Qué hermosa lección! Si no hay, y me molesta que falte, pues he de poner. De alguna forma es el principio de la solidaridad.
Andaba yo con estas reflexiones, cuando me asaltó, como un ladrón en la noche, una pregunta que, al menos entonces, me resultó muy importante: ¿Qué falta? ¿Qué me molesta que falte? Hoy y aquí, presente marcado por la crisis, el paro, la cercanía de muchos del umbral de la pobreza, la desilusión y la falta de fuelle vital, hoy, ¿qué falta?
No sé si falta, porque haberlo hay; pero sí que creo que es preciso aumentar su presencia. Me refiero al entusiasmo. El sustantivo entusiasmo procede del griego enthousiasmós, que viene a significar etimológicamente algo así como “rapto divino” o “posesión divina”. Tal vez una expresión muy vinculada a aquella parresía del libro de los Hechos en la que habitaban los primeros discípulos.
El entusiasmo por Dios es el origen de la alegría cristiana. Nada grande, nada valiente ocurre sin entusiasmo. Lo que pide la hora presente a los discípulos de Jesús es una pastoral con entusiasmo, una pastoral del entusiasmo. Sin entusiasmo, la Iglesia no puede vivir ni crecer. Es, en palabras de San Ambrosio de Milán, la sobria embriaguez que pone la historia en pie. Con afecto, y como siempre, un amigo"
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