
En la eucaristía, presidida por el obispo y
concelebrada por el provincial dominico de la bética, Miguel de Burgos y el
vicario general, Antonio Pérez, estuvieron presentes varios familiares de
Mendoza, numeroso clero, diversas autoridades públicas, entre ellos el
presidente del Cabildo Insular, Carlos Alonso y el alcalde de la villa mariana,
Gumersindo García, así como un gran número de fieles, muchos de ellos amigos
personales del difunto prior de la Basílica.
El templo presentó un lleno
absoluto. Al comienzo de la celebración se colocaron sobre el féretro, los
signos que, como sacerdote, acompañaron a Jesús Mendoza en su ministerio.
El prelado nivariense comenzó su
homilía indicando que la celebración de la misa exequial es una obra de
misericordia, ya que es deber de los cristianos enterrar a los muertos y rezar
por los difuntos. Bernardo Álvarez trasladó a la familia y a los padres dominicos los mensajes
de condolencia que le hicieron llegar tanto el presidente del Gobierno de
Canarias, Paulino Rivero, como el obispo de la diócesis canariense, Francisco
Cases.

A Jesús Mendoza “le preocupaban
los problemas de los necesitados”. Sus trabajos ponen de relieve las tres
cosas que hemos de hacer todos los cristianos y que él practicó de modo
excelente: Orar, predicar y ejercitar la caridad”. Empleando el símil de una
vela, del cirio pascual que preside la liturgia de exequias, dijo que “él se ofreció a
sí mismo como una vela, que para poder alumbrar tiene que ir consumiéndose,
gastándose; nosotros tenemos que hacer lo mismo, consumirnos para dar calor al
mundo”.

Al final de la Misa Exequial una
sobrina del difunto dio las gracias en nombre de la familia. Otro tanto hizo el
provincial de la bética de la orden de predicadores, quien se dirigió
directamente al finado para destacar que: "te necesitamos Jesús, en Su mano,
échanos una mano”. También dijo que en Jesús Mendoza se hace realidad, una vez
más, que cuando verdaderamente nacemos es al morir”. Los miembros de la familia
dominica presentes en la basílica, cantaron juntos y en latín, el canto tan
vinculado a la orden de predicadores: Oh admirable esperanza la que diste a
tus hijos a la hora de su muerte”.
Tras la Misa, el féretro fue
trasladado por varios sacerdotes hasta las puertas de la Basílca, escoltado por
una guardia de honor al ser hijo adoptivo de la Villa de Candelaria y por los guanches de patrona. Desde allí
fue llevado a hombros por la plaza acompañado por la banda de música municipal; entró en "su" parroquia de Santa Ana y, después, al cementerio del municipio,
siendo acompañado por numerosas personas.
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