jueves, 24 de octubre de 2013

LOS CURAS TAMBIÉN SE MUEREN


"Ya sé que es una obviedad. Por supuesto. Esta semana pasada hemos enterrado a varios de ellos: al padre Jesús Mendoza, dominico de Candelaria, y a don Vicente Jorge, que fue párroco de Arafo durante casi toda su vida ministerial. Y cuando se repite la historia con tal frecuencia, uno no puede menos de dejar que surja la certeza: también se mueren los sacerdotes. 


Cuando un sacerdote muere, en la vida de la Iglesia diocesana se abre un hueco, surge una vacante, hay un espacio que se descubre necesitado. Y uno valora la realidad cuando percibe la pérdida. Tal vez nos ocurra lo que el refranero refiere a la pérdida de la salud cuando dice de ella que “la salud se valora cuando se pierde”. 


Son, sin duda, una ocasión extraordinaria estos momentos luctuosos para caer en la cuenta de lo que vale un cura. No solo lo que valen, sino para lo que valen. Porque si el valor de las cosas es solo la capacidad de producción económica y la obtención de facilidades tecnológicas, cierto es que valen para poco. Pero si más allá del valor-precio de la vida nos preocupa el valor-sentido de la misma, entonces sí que adquiere valor una misión que nace y crece en dirección a la gracia y la salvación de las personas. 

Acompañar la vida, desde que nace hasta que muere, ofreciendo la posibilidad de entrar en comunión con el don de Dios y la gracia de la salvación, escuchando heridas y sanando errores, bendiciendo ilusiones y corrigiendo engaños, acompañando soledades y levantando pobrezas; alentando, apoyando, sosteniendo… Para eso vale un cura. Es verdad que son solo lo que son. A veces anhelamos que fueran tan ángeles como los ángeles. Y no lo son. Fíjense que hasta mueren. 

Los curas son solo personas, creyentes que han escuchado la inquietante sugerencia de Dios para entregar la vida como ofrenda a favor de los demás. La más de las veces, terapeutas heridos. Discípulos, aprendices, con toda la grandeza y la miseria de su humana condición. Pero, como cualquier obra de arte, su grandeza no está encerrada en la materialidad. En la hora de mi muerte, yo quisiera a mi lado, al menos, al peor de los sacerdotes. Y que a través de él, la misericordia de Dios me mire. Esas vacantes deben ser cubiertas.

(Juan Pedro Rivero, sacerdote y rector del Seminario, para el Espejo)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un cura, por cierto, el padre Jesús Mendoza, que fue expulsado por el seminario de Las Palmas antes de entrar en la Orden de predicadores o Dominicos. Lo cual demuestra que si bien Dios llama muchas veces los hombres, sus "ministros" obstaculizan esa llamada. Por suerte, el el caso de este sacerdote, no se dejó vencer por el desánimo. Pero cuántos otros se habrán perdido... Al final como siempre, Dios pedirá cuentas a cada cual por lo que ha hecho.