RV).- Con una reflexión sobre el «Mensaje de Aparecida a los Presbíteros», esta mañana, el Santo Padre Francisco mantuvo un cordial encuentro en la Catedral de Roma, con el clero de la Diócesis del Papa.
Esta mañana, el Papa Francisco salió del Vaticano para mantener un encuentro en la Catedral de Roma con el clero romano, un encuentro deseado por el Santo Padre, después del primero, del pasado 17 de junio en el Aula Pablo VI, con motivo de la apertura de otro encuentro eclesial de la Diócesis del Papa. Y como él mismo expresó al Cardenal Vicario, Agostino Vallini, junto con su deseo de encontrar nuevamente a los sacerdotes que colaboran en los diversos ministerios diocesanos del Obispo de Roma, Francisco pidió que para preparase a la cita de este lunes, el purpurado les enviara el texto de una reflexión que preparó, cuando era el Cardenal Jorge Mario Bergoglio para los presbíteros de la Arquidiócesis de Buenos Aires, en 2008, después de la Conferencia de Episcopado latinoamericano de Aparecida.
El Cardenal Bergoglio introducía su reflexión - titulada «Mensaje de Aparecida a los Presbíteros» - con una nota preliminar, explicando que la proponía como una guía de exposición de diversos aspectos sobre el tema “La concepción del presbítero que presenta Aparecida”.
El presbítero, su identidad, misión, pertenencia, comunión, con la imagen del Buen Pastor, como discípulos de Jesucristo, enamorados del Señor, fieles y ardorosos misioneros, servidores llenos de misericordia, pastores que cuidan y acompañan, acercándose y comprometiéndose con los pobres en todas las periferias de la existencia
Tras destacar lo específico de los discípulos y misioneros, en la «espiritualidad sacerdotal en orden a la vida en Jesucristo para nuestros pueblos (vida desafiada en su identidad, en su cultura, en sus estructuras, en sus procesos de formación y vínculos cfr. 192-195; 197)», la reflexión del entonces Arzobispo de Buenos Aires, hoy Papa Francisco, hacía hincapié en que «lo específico del presbítero “está en tensión”. En otras palabras, Aparecida renuncia a una descripción estática de la especificidad presbiteral. Esta existencia tensionada excluye cualquier concepción del presbiterado como “carrera eclesiástica” con sus pautas de progreso.
Definiendo la IDENTIDAD del PRESBÍTERO respecto a la comunidad con dos rasgos - en primer lugar, como don (193,326), en contraposición a delegado o representante (193). Y, en segundo lugar, la fidelidad en la invitación del Maestro contraponiéndola a la gestión (372) - el Cardenal Bergoglio recordaba que la iniciativa viene siempre de Dios: la unción del Espíritu Santo, la especial unión con Cristo cabeza, invitación a la imitación del Maestro. El presbítero en la dimensión de elegido-enviado.
IDENTIDAD y PERTENENCIA. El Arzobispo de Buenos Aires, recordando que «el presbítero pertenece al pueblo de Dios, del que fue sacado y al que es enviado y del que forma parte», reiteraba la CON-VOCACIÓN a la comunión en la Iglesia, ponía en guardia contra el aislamiento del yo, de quien no entra en esta pertenencia comunional. Pues “una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los apóstoles y con el Papa”.
«Al hablar del celibato también el Documento de Aparecida se refiere a esta dimensión comunitaria en la base misma: “el celibato pide asumir con madurez la propia afectividad y sexualidad, viviéndolas con serenidad y alegría en un camino comunitario” (196, y cfr. también 195)», recordaba el Card. Bergoglio.
Para luego destacar que el realizador de esta comunión y, por tanto, de esta pertenencia comunional del presbítero y de toda vocación al pueblo de Dios, «es el Espíritu Santo, quien impulsa y armoniza todo: él no nos cierra “en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero” (285)
Con «la imagen del Buen Pastor», el Documento de Aparecida destaca que la primera exigencia es ser auténtico discípulo de Jesucristo, enamorado del Señor, para ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (201). El Arzobispo de Buenos Aires, recordaba en este contexto la importancia de la fidelidad y del acompañamiento, afianzados en los Sacramentos.
Ligado al tema del sacerdote ardoroso misionero Aparecida invita a “la conversión pastoral” la cual “exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera», siendo dóciles al Espíritu Santo, recordaba el Card. Bergoglio, invitando con la Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI a recobrar el valor y la audacia apostólica....: “no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo”.
Siendo siempre servidores llenos de misericordia, destacó luego el Arzobispo de Buenos Aires, señalando en lo que respecta a la opción por los pobres, que es “preferencial” la importancia de la fidelidad en la imitación del Maestro, siempre cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de comunicar vida en cada rincón de la tierra” (372)
Junto a este acercarse a y comprometerse con los pobres en todas las periferias de la existencia, Aparecida señala la experiencia espiritual de la misericordia como necesaria en el presbítero, teniendo la conciencia de ser pecador, pero nunca corrupto señaló el Card. Bergolio.
Y evocando luego a Benedicto XVI en su Discurso inaugural de Aparecida, añadía que el presbítero, como discípulo, se “encuentra” con Jesucristo, da testimonio de que “no sigue a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el ahora de sus vidas” (Benedicto XVI, Discurso inaugural, 4). Para luego reflexionar sobre los Desafíos al presbítero y reclamos del pueblo de Dios, que nos quiere pastores de pueblo y no clérigos de Estado, funcionarios. Esta densa reflexión del Arzobispo de Buenos Aires terminaba poniendo en guardia también contra la “mundanidad espiritual”.
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