El Obispo comenzó su homilía recordando el pasaje bíblico que dice que Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es éste?” La gente que venía con él decía: “Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea? Esa cuestión se plantea, dijo, hoy a la conciencia de cada uno. También se la pueden plantear los que estos días visiten templos, contemplen desfiles procesionales, vean por los medios de comunicación algún acto, etc. La Semana Santa es, sobre todo, un encuentro con la persona viva de Jesús.
Por ello, el Obispo siguiendo al Papa Benedicto, que Jesús sube a Jerusalén con sus discípulos; una subida que se corresponde con una ascensión espiritual, interior; es también una participación en el “amor hasta el extremo”. Jesús, dijo Álvarez, es el Mesías esperado, aunque manifestado de forma humilde, sobre una burrita, apoyando su realeza y poder en la pobreza. Dios se manifiesta en la humildad. Y los humildes así lo reconocen. Lo aclaman con esperanza y alegría: “¡Hosanna!”
La primitiva Iglesia supo descubrir, continuó recordando el Obispo al Papa, en la venida actual y sacramental de Cristo en la Eucaristía, lo acaecido aquel día en Jerusalén. Entonces fue a lomos de una burrita, hoy y siempre, hasta que vuelva revestido de gloria, en el Sacramento de la Eucaristía, bajo la humilde apariencia del pan y del vino. Por ello, dirige la Iglesia al Salvador que viene la misma aclamación, las mismas palabras del primer Domingo de Ramos, justo antes de la Consagración: “Bendito el que viene en nombre del Señor, ¡Hosanna en el Cielo!
Por último, el prelado invitó a vivir esta Semana Grande por dentro y por fuera, en la doble dimensión de la liturgia de los templos y las manifestaciones en las calles y plazas. Semana Santa, sostiene en un escrito Bernardo Álvarez, “es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para pensar en serio. Para preguntarse en qué se está gastando nuestra vida. Para darle un sentido nuevo al trabajo y a la vida de cada día. Para abrirle el corazón a Dios, que sigue esperando. Para abrir nuestro corazón a los hermanos, especialmente a los más necesitados, aceptando decididamente que Jesús está presente en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros”.
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