Este martes 8 de octubre, en La Gomera, se ha celebrado el día grande de la Virgen de Guadalupe con la Eucaristía Pontifical, presidida por el obispo Bernardo Álvarez y cantada por el coro parroquial de San Marcos Evangelista. En la misa estuvieron presentes diversas autoridades públicas, entre ellas, el presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero; el presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo; el alcalde de San Sebastián, Ángel Luis Castilla; el presidente del Parlamento Regional, Antonio Castro; el senador de la isla de La Gomera, Gregorio Medina; la directora insular de la Administración del Estado, Luz Reverón, así como un gran número de consejeros y diputados.
El prelado nivariense comenzó su homilía afirmando que “con la Bajada reconocemos y revivimos visiblemente lo que es una constante de nuestro cristianismo: la cercanía de la Madre del Señor a nuestras vidas”. Asimismo, monseñor Bernardo Álvarez añadió que también, la Bajada, es la “mejor manifestación de que, bajo esta advocación de Guadalupe, los gomeros tienen en la ‘Morenita de Puntallana’ a su patrona y protectora.
Por otro lado, el obispo desgranó el significado del lema de esta Bajada. Un lema –recordó- que es realmente una súplica a la Virgen: ‘María, danos tu fe’. “La fe es, ante todo creer que Dios existe, confiar en sus promesas, escuchar su palabra y ponerla en práctica. En esto de la fe, la Virgen María tiene matrícula de honor”.
Refiriéndose al Evangelio proclamado en la celebración, en el cual María acoge el anuncio y la promesa que le trajo el ángel Gabriel, el prelado indicó que la Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. “Durante toda su vida, su fe no vaciló”.
En otro momento de la homilía, Bernardo Álvarez, recordando palabras de Juan Pablo II, hizo referencia a lo que le pedimos a la Virgen cuando decimos “María, danos tu fe”. “En primer lugar, la búsqueda de la voluntad de Dios. En segundo lugar, aceptar esa misma voluntad. La tercera dimensión es la coherencia y la cuarta, la constancia en la fe”.
“¿Queremos honrar de verdad a la Virgen María en esta Bajada?” –continuó preguntándose en voz alta el obispo. En este sentido, Álvarez hizo hincapié en la importancia de imitar la fe de María. “Debemos aprovechar la Bajada para fortalecernos por dentro y vivir cabalmente en el amor a Dios y al prójimo, especialmente hacia los hermanos más necesitados. De la Virgen María debemos imitar sus virtudes, como por ejemplo, su servicio a los hermanos. María es consciente de que su vida es para los demás. Para un verdadero creyente toda su existencia personal es un bien común. De acuerdo con nuestras posibilidades, debemos preocuparnos y ocuparnos de los que lo necesitan”.
Por último, el prelado realizó una petición a la Virgen: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano sólo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido”.
Un momento muy emotivo de la celebración eucarística se produjo al presentar las ofrendas, las cuales fueron introducidas a través del silbo gomero. Posteriormente, al son de las chácaras y tambores del grupo Atalaya, varias personas llevaron hasta los pies de la imagen, productos típicos de los diferentes municipios de la isla.
Al finalizar la Eucaristía, se desarrolló la tradicional procesión en la que participaron hermandades y cofradías de la Virgen de Guadalupe, provenientes de distintos puntos de España. Un hecho significativo que ha sido posible debido a que la Villa ha acogido estos días, el Encuentro Nacional de Hermandades, Cofradías y Asociaciones de Guadalupe.
Homilía íntegra:
De nuevo, como cada cinco años, celebramos la BAJADA DE LA VIRGEN MARÍA NUESTRA SRA. DE GUADALUPE.
Con la Bajada reconocemos y revivimos visiblemente lo que es una constante de nuestra cristiana: la cercanía de la Madre del Señor a nuestras vidas, a nuestra realidad personal y social. Porque “la Virgen María, desde su Asunción a los Cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor”.
La Virgen María, que por encargo de su Hijo es nuestra Madre, nos mira siempre con amor y está atenta a las necesidades de los que sufren por cualquier causa y escucha las plegarias de sus hijos.
Y, por otra parte, la BAJADA es la mejor manifestación de que, bajo esta advocación de Guadalupe, los gomeros tienen en la “Morenita de Puntallana” a su patrona y protectora. A través de esta venerada imagen los gomeros expresan su amor de hijos a la Virgen María, la Madre del Señor y Madre nuestra.
Para celebrar esta Bajada, y sacar de ella el mejor provecho espiritual, hemos elegido como lema una súplica a la Virgen: "MARÍA, DANOS TU FE".
Estamos celebrando el Año de la fe, Un año para descubrir el valor y significado de la fe, ese regalo que recibimos en el bautismo y que es necesario acoger, cultivar y testimoniar. Un Año para profundizar en el significado de todo lo que creemos y las implicaciones que la fe tiene, tanto para la vida personal y familiar, como para la vida profesional y social.
Y para ello tenemos como modelo a la Virgen Maria, la mujer creyente por excelencia y que con razón llamamos "Madre de los creyentes" y nosotros, en esta Bajada, le pedimos: "María, danos tu fe".
Ahora bien, ¿Cómo es la fe de la Virgen Maria?¿En qué cree María? ¿Qué le pedimos a la Virgen cuando decimos "María, daños tu fe?
La fe es, ante todo creer que Dios existe y es todopoderoso, confiar en sus promesas, escuchar su palabra y ponerla en práctica. En esto de la fe Virgen Maria tiene "matrícula de honor". Nadie como ella se ha fiado de Dios y ha puesto en práctica su Palabra.
El Papa Francisco, en su primera encíclica, Lumen Fidei, refiriéndose a la parábola de “el sembrador”, recuerda que cuando explica el significado de la tierra que acoge la semilla Jesús dice: “La tierra buena son los que escuchan la palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. Y dice el Papa Francisco “estas palabras son un retrato implícito de la fe de la Virgen María”. En efecto, hermanos, la Virgen María es la tierra buena que ha acogido la Palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardado en su corazón y la ha cumplido fielmente. En María la Palabra de Dios ha prendido con fuerza y ha producido fruto abundante, incluso en momentos de sequedad, porque ella tenía su corazón arraigado en Dios, como los árboles junto a la corriente del agua.
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. Como acabamos de escuchar en el evangelio que hemos leído, por la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Su prima Isabel la saludó: ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
Durante toda su vida, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Apoyada en la fe, siguió a Jesús y soportó su muerte junto a la cruz; movida por la fe creyó que Él resucitaría y orando junto con los Apóstoles esperó la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ella es “la virgen creyente” porque acogió con fe la Palabra de Dios y la puso en práctica y es, también, nuestra Madre celestial que sostiene y protege la fe de sus hijos. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. Por eso, con razón la llamamos "Madre de los creyentes" y le pedimos "danos tu confianza, danos tu fe".
La fe es, sin duda, la nota más característica en la vida de la Virgen María. Por la grandeza de su fe, abrió totalmente su corazón a la acción de Dios en su vida y así hizo posible que el plan de Dios sobre Ella y sobre toda la humanidad saliera adelante. Ella, que ha tejido toda su existencia sobre la confianza obediente en la Palabra de Dios, contemplamos el modelo de lo que significa ser creyente y le podemos pedir: “María, danos tu fe”.
Por los que estamos diciendo, vemos que en la Virgen María no se dan “la mujer” por un lado y “la creyente” por otro, sino solo “la mujer creyente”. No se trata de dos realidades separables en ella. Todo lo que es y todo lo que hace, incluso en el aspecto puramente humano, nace de su fe. Su plena realización humana tiene lugar por la fuerza de su fe.
Si es "la bendita entre las mujeres”, como la saluda Isabel, lo es no porque biológicamente sea "la madre de Dios", sino sobre todo porque tuvo el coraje de creer lo increíble. María nos enseña a insertar la fe en todas las realidades de nuestra vida y nos ayuda a comprender que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todos lo hacemos tiene que ver con Dios, porque en Dios “vivimos, nos movemos y existimos”, puesto que Él “lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” y es “el origen, el guía y la meta del universo”.
¿QUÉ LE PEDIMOS A LA VIRGEN CUANDO DECIMOS "MARÍA, DANOS TU FE"?
El Beato Juan Pablo II, ante la imagen de la Virgen de Guadalupe en su primer viaje a Méjico dijo: “De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es la lección de su fidelidad a la Palabra de Dios", una fidelidad de María que debemos imitar y a la que Juan Pablo II le puso cuatro dimensiones:
1) Búsqueda de la voluntad de Dios, es decir, pedir a Dios “Señor, ¿qué quieres que haga?
2) Acogida y aceptación de la voluntad de Dios, es la actitud del “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad”.
3) Coherencia, es decir, vivir de acuerdo con lo que se cree y no permitir rupturas, ni en público ni en privado, entre lo que se vive y lo que se cree. Ser fiel implica no traicionar a escondidas lo que se acepta y manifiesta en público.
4) Constancia, es decir duración en el tiempo, también en los momentos de tribulación, porque sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida.
QUERIDOS HERMANOS ¿QUEREMOS HONRAR DE VERDAD A LA VIRGEN MARÍA EN ESTA BAJADA?
Pidámosle de todo corazón "María, danos tu fe" y trabajemos por imitar fe. En torno a la Virgen María de Guadalupe no podemos quedarnos en la mera celebración externa de los actos, por muy bonitos y emocionantes que estos sean. Debemos ir más allá y aprovechar los dones espirituales que Dios, por mediación de la Virgen María, pone a nuestro alcance para crecer en la fe, la esperanza y la caridad. Demos aprovechar la Bajada para fortalecernos por dentro y vivir cabalmente en el amor a Dios y al prójimo, especialmente hacia los hermanos más necesitados.
Siempre nos conviene recordar la enseñanza del Concilio Vaticano II, del cual estamos celebrando el 50 Aniversario: “Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción a la Virgen María no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos alentados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG. 67).
No lo dudemos, en María tenemos el camino seguro que nos lleva a Cristo y la mujer creyente fiel que nos enseña con su ejemplo a seguir a Cristo, el verdadero y único salvador de todos. Por eso no dejamos de pedirle: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre".
De la Virgen María debemos imitar sus virtudes, particularmente su fe, una que se hace operativa en la confianza y obediencia a la voluntad de Dios. Una fe que no se queda en los sentimientos y en los actos de culto, sino una fe que, además de expresarla de palabra y en las celebraciones religiosas, se hace operativa por la caridad y el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados.
Sí. Debemos Imitar a la Virgen María en su servicio a los hermanos. En Ella, vivir la fe, no fue relacionarse con Dios de modo individual y sin preocuparse de los demás. Nada más lejos de la fe de María que ese dicho popular: “Yo en mi casa y Dios en la de todos”. Como quien dice, yo vivo mi vida y los demás que se las arreglen como puedan y que Dios les ayude.
Si María hubiera pensado así, no se habría movido con prontitud hasta la casa de su prima Isabel ni la hubiera servido durante tres meses. Tampoco se hubiera preocupado y ocupado activamente ante la falta de vino cuando estaba en la Boda de Caná; ni hubiera acompañado a los apóstoles en los momentos difíciles de los comienzos de la Iglesia.
Pero no fue así, por la fe, María es consciente de que su vida es para los demás y no se encierra egoístamente en sus intereses. Para un verdadero creyente toda su existencia personal es un bien común. Un cristiano debe saber que la vida no es una propiedad para su exclusivo uso personal, sino un don de Dios para la vida del mundo. Todo lo que somos, lo que sabemos, lo que podemos y tenemos, son talentos que Dios nos ha dado y nos pedirá cuenta de lo que hagamos con ellos. El buen cristiano, como la Virgen María, no hace lo que le da la gana, sino lo que Dios quiere.
En los evangelios vemos como, en diversas ocasiones, Jesús denunció abiertamente la indiferencia ante el prójimo necesitado como algo incompatible con la fe en Dios y dijo explícitamente que al final de su vida cada uno será examinado y juzgado sobre este asunto. Y el apóstol Santiago nos dejó escrito: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: Tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Iros en paz, calentaos y hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta”.
Y algo parecido podemos leer en la primera carta de san Juan: “Si alguno que posee bienes de este mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra las entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? No amemos de palabras ni con la boca sino con obras y según la verdad”.
La fe, por tanto, se hace operativa por la caridad. Tenemos que preocuparnos por los demás y ocuparnos en ayudarles en los que necesiten de acuerdo con nuestras posibilidades. Como hacemos en una oración de la misa, no dejemos de pedir a Dios, por intercesión de la Virgen María, “danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano sólo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido”. Pidamos a Dios: “Danos un corazón grande para amar”.
Hermanas y hermanos en el Señor, Dios pudo desplegar todo su poder y hacer maravillas en la Virgen María porque Ella confió en Él y se puso totalmente en sus manos, Porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. La razón más profunda por la que María merece ser honrada es su fe y obediencia ante la Palabra de Dios. Aprendamos de la Virgen María a ser fieles discípulos de Cristo y pidamos con fe: “Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel. Danos tu confianza, danos tu fe”.
Así sea.
Homilía íntegra:
De nuevo, como cada cinco años, celebramos la BAJADA DE LA VIRGEN MARÍA NUESTRA SRA. DE GUADALUPE.
Con la Bajada reconocemos y revivimos visiblemente lo que es una constante de nuestra cristiana: la cercanía de la Madre del Señor a nuestras vidas, a nuestra realidad personal y social. Porque “la Virgen María, desde su Asunción a los Cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor”.
La Virgen María, que por encargo de su Hijo es nuestra Madre, nos mira siempre con amor y está atenta a las necesidades de los que sufren por cualquier causa y escucha las plegarias de sus hijos.
Y, por otra parte, la BAJADA es la mejor manifestación de que, bajo esta advocación de Guadalupe, los gomeros tienen en la “Morenita de Puntallana” a su patrona y protectora. A través de esta venerada imagen los gomeros expresan su amor de hijos a la Virgen María, la Madre del Señor y Madre nuestra.
Para celebrar esta Bajada, y sacar de ella el mejor provecho espiritual, hemos elegido como lema una súplica a la Virgen: "MARÍA, DANOS TU FE".
Estamos celebrando el Año de la fe, Un año para descubrir el valor y significado de la fe, ese regalo que recibimos en el bautismo y que es necesario acoger, cultivar y testimoniar. Un Año para profundizar en el significado de todo lo que creemos y las implicaciones que la fe tiene, tanto para la vida personal y familiar, como para la vida profesional y social.
Y para ello tenemos como modelo a la Virgen Maria, la mujer creyente por excelencia y que con razón llamamos "Madre de los creyentes" y nosotros, en esta Bajada, le pedimos: "María, danos tu fe".
Ahora bien, ¿Cómo es la fe de la Virgen Maria?¿En qué cree María? ¿Qué le pedimos a la Virgen cuando decimos "María, daños tu fe?
La fe es, ante todo creer que Dios existe y es todopoderoso, confiar en sus promesas, escuchar su palabra y ponerla en práctica. En esto de la fe Virgen Maria tiene "matrícula de honor". Nadie como ella se ha fiado de Dios y ha puesto en práctica su Palabra.
El Papa Francisco, en su primera encíclica, Lumen Fidei, refiriéndose a la parábola de “el sembrador”, recuerda que cuando explica el significado de la tierra que acoge la semilla Jesús dice: “La tierra buena son los que escuchan la palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. Y dice el Papa Francisco “estas palabras son un retrato implícito de la fe de la Virgen María”. En efecto, hermanos, la Virgen María es la tierra buena que ha acogido la Palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardado en su corazón y la ha cumplido fielmente. En María la Palabra de Dios ha prendido con fuerza y ha producido fruto abundante, incluso en momentos de sequedad, porque ella tenía su corazón arraigado en Dios, como los árboles junto a la corriente del agua.
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. Como acabamos de escuchar en el evangelio que hemos leído, por la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Su prima Isabel la saludó: ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
Durante toda su vida, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Apoyada en la fe, siguió a Jesús y soportó su muerte junto a la cruz; movida por la fe creyó que Él resucitaría y orando junto con los Apóstoles esperó la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ella es “la virgen creyente” porque acogió con fe la Palabra de Dios y la puso en práctica y es, también, nuestra Madre celestial que sostiene y protege la fe de sus hijos. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. Por eso, con razón la llamamos "Madre de los creyentes" y le pedimos "danos tu confianza, danos tu fe".
La fe es, sin duda, la nota más característica en la vida de la Virgen María. Por la grandeza de su fe, abrió totalmente su corazón a la acción de Dios en su vida y así hizo posible que el plan de Dios sobre Ella y sobre toda la humanidad saliera adelante. Ella, que ha tejido toda su existencia sobre la confianza obediente en la Palabra de Dios, contemplamos el modelo de lo que significa ser creyente y le podemos pedir: “María, danos tu fe”.
Por los que estamos diciendo, vemos que en la Virgen María no se dan “la mujer” por un lado y “la creyente” por otro, sino solo “la mujer creyente”. No se trata de dos realidades separables en ella. Todo lo que es y todo lo que hace, incluso en el aspecto puramente humano, nace de su fe. Su plena realización humana tiene lugar por la fuerza de su fe.
Si es "la bendita entre las mujeres”, como la saluda Isabel, lo es no porque biológicamente sea "la madre de Dios", sino sobre todo porque tuvo el coraje de creer lo increíble. María nos enseña a insertar la fe en todas las realidades de nuestra vida y nos ayuda a comprender que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todos lo hacemos tiene que ver con Dios, porque en Dios “vivimos, nos movemos y existimos”, puesto que Él “lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” y es “el origen, el guía y la meta del universo”.
¿QUÉ LE PEDIMOS A LA VIRGEN CUANDO DECIMOS "MARÍA, DANOS TU FE"?
El Beato Juan Pablo II, ante la imagen de la Virgen de Guadalupe en su primer viaje a Méjico dijo: “De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es la lección de su fidelidad a la Palabra de Dios", una fidelidad de María que debemos imitar y a la que Juan Pablo II le puso cuatro dimensiones:
1) Búsqueda de la voluntad de Dios, es decir, pedir a Dios “Señor, ¿qué quieres que haga?
2) Acogida y aceptación de la voluntad de Dios, es la actitud del “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad”.
3) Coherencia, es decir, vivir de acuerdo con lo que se cree y no permitir rupturas, ni en público ni en privado, entre lo que se vive y lo que se cree. Ser fiel implica no traicionar a escondidas lo que se acepta y manifiesta en público.
4) Constancia, es decir duración en el tiempo, también en los momentos de tribulación, porque sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida.
QUERIDOS HERMANOS ¿QUEREMOS HONRAR DE VERDAD A LA VIRGEN MARÍA EN ESTA BAJADA?
Pidámosle de todo corazón "María, danos tu fe" y trabajemos por imitar fe. En torno a la Virgen María de Guadalupe no podemos quedarnos en la mera celebración externa de los actos, por muy bonitos y emocionantes que estos sean. Debemos ir más allá y aprovechar los dones espirituales que Dios, por mediación de la Virgen María, pone a nuestro alcance para crecer en la fe, la esperanza y la caridad. Demos aprovechar la Bajada para fortalecernos por dentro y vivir cabalmente en el amor a Dios y al prójimo, especialmente hacia los hermanos más necesitados.
Siempre nos conviene recordar la enseñanza del Concilio Vaticano II, del cual estamos celebrando el 50 Aniversario: “Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción a la Virgen María no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos alentados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG. 67).
No lo dudemos, en María tenemos el camino seguro que nos lleva a Cristo y la mujer creyente fiel que nos enseña con su ejemplo a seguir a Cristo, el verdadero y único salvador de todos. Por eso no dejamos de pedirle: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre".
De la Virgen María debemos imitar sus virtudes, particularmente su fe, una que se hace operativa en la confianza y obediencia a la voluntad de Dios. Una fe que no se queda en los sentimientos y en los actos de culto, sino una fe que, además de expresarla de palabra y en las celebraciones religiosas, se hace operativa por la caridad y el servicio a los demás, especialmente a los más necesitados.
Sí. Debemos Imitar a la Virgen María en su servicio a los hermanos. En Ella, vivir la fe, no fue relacionarse con Dios de modo individual y sin preocuparse de los demás. Nada más lejos de la fe de María que ese dicho popular: “Yo en mi casa y Dios en la de todos”. Como quien dice, yo vivo mi vida y los demás que se las arreglen como puedan y que Dios les ayude.
Si María hubiera pensado así, no se habría movido con prontitud hasta la casa de su prima Isabel ni la hubiera servido durante tres meses. Tampoco se hubiera preocupado y ocupado activamente ante la falta de vino cuando estaba en la Boda de Caná; ni hubiera acompañado a los apóstoles en los momentos difíciles de los comienzos de la Iglesia.
Pero no fue así, por la fe, María es consciente de que su vida es para los demás y no se encierra egoístamente en sus intereses. Para un verdadero creyente toda su existencia personal es un bien común. Un cristiano debe saber que la vida no es una propiedad para su exclusivo uso personal, sino un don de Dios para la vida del mundo. Todo lo que somos, lo que sabemos, lo que podemos y tenemos, son talentos que Dios nos ha dado y nos pedirá cuenta de lo que hagamos con ellos. El buen cristiano, como la Virgen María, no hace lo que le da la gana, sino lo que Dios quiere.
En los evangelios vemos como, en diversas ocasiones, Jesús denunció abiertamente la indiferencia ante el prójimo necesitado como algo incompatible con la fe en Dios y dijo explícitamente que al final de su vida cada uno será examinado y juzgado sobre este asunto. Y el apóstol Santiago nos dejó escrito: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: Tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Iros en paz, calentaos y hartaos, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta”.
Y algo parecido podemos leer en la primera carta de san Juan: “Si alguno que posee bienes de este mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra las entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? No amemos de palabras ni con la boca sino con obras y según la verdad”.
La fe, por tanto, se hace operativa por la caridad. Tenemos que preocuparnos por los demás y ocuparnos en ayudarles en los que necesiten de acuerdo con nuestras posibilidades. Como hacemos en una oración de la misa, no dejemos de pedir a Dios, por intercesión de la Virgen María, “danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna ante el hermano sólo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido”. Pidamos a Dios: “Danos un corazón grande para amar”.
Hermanas y hermanos en el Señor, Dios pudo desplegar todo su poder y hacer maravillas en la Virgen María porque Ella confió en Él y se puso totalmente en sus manos, Porque escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. La razón más profunda por la que María merece ser honrada es su fe y obediencia ante la Palabra de Dios. Aprendamos de la Virgen María a ser fieles discípulos de Cristo y pidamos con fe: “Madre de los creyentes que siempre fuiste fiel. Danos tu confianza, danos tu fe”.
Así sea.
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