jueves, 21 de febrero de 2013

EL ARTE AL SERVICIO DE LA FE

A propósito de la exposición que conmemora el 225 aniversario del nacimiento de Fernando Estévez, el Obispo ha escrito:

No puedo menos que valorar y aplaudir la iniciativa, promovida por las concejalías de Cultura y Patrimonio Histórico del Excmo. Ayuntamiento de La Orotava, de conmemorar 225º aniversario del nacimiento de Fernando Estévez de Salas. Asimismo, no dudamos en prestar nuestra colaboración desde la Delegación Diocesana del Patrimonio Histórico y de las parroquias que custodian magníficas obras de arte sacro salidas de las manos del artista orotavense. 

 La creación artística de Estévez, grande en número y en calidad, no es simplemente un patrimonio del pasado, más o menos conservado en su integridad, sino que forma parte de la vida de muchas personas y de la historia de nuestros pueblos. La obra de Estévez, junto a sus valores estéticos, constituye un patrimonio religioso y cultural de primer orden por su significación en el desarrollo del culto católico y la piedad de los fieles. Sin duda, estamos ante un hombre que puso su capacidad artística al servicio de la fe; con su creación artística ayudó y sigue ayudando a muchos fieles a cultivar y mantener viva su fe. 


Por otra parte, como es lógico, en la obra de Estévez se proyecta el contexto geográfico, social, político, religioso, artístico y cultural de la época que vivió el artista y que conformó su personalidad. Sin olvidar, además, que Fernando Estévez fue una persona comprometida que se implicó activamente en la sociedad de su tiempo. 

En el ámbito europeo, la época de Estévez está marcada por el movimiento cultural denominado “la ilustración”. Este movimiento tuvo en España un carácter reformista y erudito. En lo religioso, la nueva corriente reformista buscaba centrar la fe en la misma persona de Cristo y su presencia real en la Eucaristía. 
Esto contribuyó a una mayor exaltación de la adoración eucarística que también tuvo su reflejo en el arte. En el siglo XVIII, los obispos canarios, formados en este nuevo pensamiento e imbuidos de su espíritu, buscaron educar, depurar y hacer ahondar la fe de los fieles. 

 La Villa de la Orotava es un buen ejemplo de cómo calaron en el pueblo las enseñanzas episcopales. Fernando Estévez nace, se educa y vive en este ambiente, rodeado de ferviente amor a Cristo Eucaristía y donde todo es mirado con los ojos del hombre creyente que se reconoce dependiente de Dios. Es una fe esencial y profunda, nada escapa de la gran verdad: todo es para mayor gloria de Dios. 

Pero, también, Estévez nace en un pueblo con especiales características naturales y de gran belleza paisajística, como testificó Alexander von Humboldt después de su visita al Valle de la Orotava en 1799. La grandiosidad del Teide, los colores de la tierra, el cielo luminoso y despejado o con benéficas nubes de los alisios, el inmenso mar azul, la multitud de flores con sus variados colores, la extensión de los bosques, el verdor de sus campos, el canto de los pájaros, el rumor de la brisa en los árboles, etc. son una cascada de sensaciones, una sinfonía de formas y colores que no pueden dejar de impactarle y determinarle en su vida personal y artística. 

Sensible y exultante ante lo bello, Fernando Estévez aprenderá del gran artista Luján. Él le ayudará a sacar toda su capacidad creativa, a mejorar la técnica y a expresar la fe a través de los trabajos que multitud de parroquias y conventos le encargarían. 

 Con una peculiar exposición sobre Estévez y su obra, que se muestra una parte ”in situ”, en la iglesias donde las imágenes son habitualmente objeto de la veneración de los fieles, y otra parte en el ayuntamiento de la Orotava, así como otros actos complementarios, se nos ofrece la posibilidad de conocer y entender mejor a este gran escultor. Sólo tenemos que acercarnos a los templos para los que él creó las imágenes que allí aún se conservan, en el lugar y entorno para el que las pensó. Les invito a hacerlo sin prisas, abriendo el corazón a la belleza que nos habla de la Belleza con mayúscula, de Dios. Espero que su contemplación pueda ayudarles a “ver lo que no se ve” y así sentir lo que el gran Estévez vivió y experimentó, el abrazo bello y tierno de Dios que se hace presencia para todos. 

Conmemorar los 225 años de nacimiento de Estévez, en último término, no es más que la memoria y el homenaje agradecido de quienes nos sentimos deudores con la herencia religiosa y cultural que hemos recibido de él. Y es, también, un compromiso de conservarla en su esencia, vivirla en el tiempo presente y transmitirla a las nuevas generaciones. 

 † Bernardo Álvarez Afonso Obispo Nivariense

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