Envuelto
en la vorágine de los Indianos, expresión de la alegría del pueblo palmero en
estas fechas, saltaba la noticia de la renuncia de Benedicto XVI entre la
sorpresa y el humor porque parecía una broma carnavalesca. Pero, después de
contrastar su veracidad y ante la invitación a escribir unas líneas sobre mi
percepción personal sobre él, solo se me ocurre definirlo como un “Papa sabio”.
No
me refiero solo a la acumulación de conocimientos, ni siquiera a la capacidad y
estrategia para dirigir una institución tan controvertida como la Iglesia, yo
me refiero a la “sabiduría bíblica” descrita, sobre todo, en Sb 9,1-6.9-11. Una virtud que suplicaban
quienes se sentían llamados a un ministerio con mucha responsabilidad y que,
seguro, Benedicto XVI suplicó como “obrero de la viña del Señor”.
En
síntesis, tal y como sucede en la Sagrada Escritura, la sabiduría que
caracteriza la vida y ministerio de Benedicto XVI se personifica en Jesús de
Nazaret, a Él dedica sus mejores publicaciones en estos
años de ministerio papal y, desde Él, entendemos su “gastarse y desgastarse” (2Cor 12, 15) por el Evangelio hasta no
poder más, intentando hacernos “redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo
por comunicar la fe” en una necesaria y urgente nueva evangelización. Yo lo
considero creíble y significativo, tanto ad
intra como ad extra de la Iglesia
y, por eso, como cristiano y sacerdote, desde este rincón del Planeta y aunque
nunca lo lea, gracias, perdón y cuente siempre con mi oración y fidelidad, a
usted y sus sucesores.
(Juan Antonio Guedes, sacerdote diocesano)
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