La resurrección de Jesús nos permite acoger sin miedo la sorpresa de Dios - ha dicho el Papa Francisco en la homilía de la Vigilia Pascual- No tengan miedo a la novedad; no tengan miedo de confiarse a Jesús. Dios nos sorprende siempre.El mensaje de la pascua- ha señalado- está dirigido a todos. Francisco ha invitado a aceptar que Jesús Resucitado entre en la vida" y
a acogerlo "como amigo, con confianza" porque "Él es la vida". "Si
hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con
los brazos abiertos, invitó el obispo de Roma.
Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás
decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en
él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará
la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere". Además, ha invitado a hacer memoria de lo que Dios ha hecho y hace por mi, por nosotros; a hacer memoria del camino recorrido, abrir "el corazón de par en par a la esperanza para el futuro". "No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza,
nunca nos resignemos", exhortó el Papa. "Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que
nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura"
porque según el Papa, "es ahí donde está la muerte".No hay situación que no pueda cambiar Dios. No hay pecado que no pueda perdonar, si el hombre se abre a él- dijo.
Homilía completa
Homilía completa
Queridos hermanos y hermanas
1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la
Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de
Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer
un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser
querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo
habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían
acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de
la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta
tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia
había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres
permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro.
Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que
perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida
la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor.
Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de
preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc
24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo
verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no
lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da
miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide.
Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener
nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en
definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes
del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y
hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos
sorprende siempre. Dios es así.
Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad
que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados,
decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo
podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la
confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar,
no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.
2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y
demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no
está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro:
suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he
aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6).
Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro
–, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia
verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas
mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad.
Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente
que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios,
que es el que vive (cf. Nm 14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10).
Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia
el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se
presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la
victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que
oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí,
para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de
que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los
problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos
en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la
muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado
entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta
ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos
abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si
te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de
que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza
para vivir como él quiere.
3. Hay un último y simple elemento que quisiera
subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se
encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero
ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera
reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» – observa san
Lucas –, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de
la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos
resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os
habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc
24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús,
de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con
el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la
proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc
24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer
memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la
esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en
nuestras vidas.
En esta Noche de luz, invocando la intercesión de
la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc
2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra
a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga
hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra
historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el
Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día,
queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive.
Amén.
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